¿Los muebles que regalaría Proust? ¿Aquellos encuentros de verano con velas y cera en el suelo? Enseres que han recorrido ciudades, que han conocido cuerpos y palabras, y que ahora, como en aquel poema de Kavafis sobre el recibidor del dentista, esperan ya, tranquilos, ajados, sin barniz, el último empujón del tiempo. Pacientes, como los romanos ante los bárbaros, han tenido el tiempo de las ilusiones, y ahora sin quejas ni reproches, siguen ahí, todavía preparados para nosotros.
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