Súbitamente, la ciudad se transforma en un puente de luz y de sombras que une la noche y el día. Un espejo por el que caminamos escuchando una voz que nos toma, que nos posee, nos guía por los espejos ardientes de Dante, y nos devuelve una mañana nueva, con ese sonido dulce de las pequeñas campanas de plata de los valles del Rhin. Allí, sí, en las escaleras donde nos encontramos, más allá del Faro del Fin del Mundo.
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