Sobre los diques de Madrid escribí: "La vegetación creciendo entre las dos piernas que se abrían, en aquel hueco que no era más grande que un armario..." Y así, mantenemos el equilibrio sobre el corazón espinoso y acerado, esperando el fin de los sueños, como permanecieron aquellos caballeros franceses en la batalla de Azincourt, mientras los arcos galeses los enviaban a la muerte y el olvido.
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