El deseo marca los cuerpos, señala la piel, en un acto que nos parece maravilloso, como así nos sucede con todo lo fugaz que queremos entender eterno. Queremos salvar a un pez y lo arrojamos en un sitio escondido del río. Con la conciencia lavada, nos frotamos las manos en unas aguas (Moisés, Pilatos, Gilgamesh, Mitra?) que nunca volverán iguales.
C2
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