Cuando el cielo está oscuro se ven mejor los objetos
que observamos desde nuestra habitación.
Y es que ahora, en este momento, veo una gran
grúa de larguísimo brazo,
y cuya lógica de mantenerse, así,
contra el cielo,
una masa de azul sucio, no es
fácilmente comprensible.
Parece que basta un contrapeso,
unos bloques de hormigón,
para conseguir ese equilibrio que nos asombra.
Antes, una conversación sobre la
fidelidad me ha hecho pensar
en las carreras de coches donde el
conductor
jamás cambia de carril, sus ojos
fijos en la meta.
También esa línea permanente, como
la torre de la grúa,
nos habla de algo a la vez irreal
pero sumamente eficaz.
A veces quisiéramos ser ese alférez
de navío de su Majestad la Reina,
que siempre mira la única bandera
de la Royal Navy,
que no siente dudas en su corazón
y que permanecerá con el pulso
firme incluso en medio de la batalla.
Tan encomiable en las películas
donde muere
para que el héroe siempre se lleve
el premio final.
Pero, algo sucede en nuestro sueño
de perfección.
No moriremos en los brazos de
nuestra princesa.
La isla de Tortuga llega hasta
nuestro espejo y
en sus bordes se anuncian las
banderas negras.
El cielo está oscuro y sucio
mientras la grúa blanca
nos habla de los milagros de la fé.
Aunque Morgan conoce su destino
y se prepara, lentamente,
como quien nunca retrocede,
como quien se sabe condenado en las
puertas de Alejandría,
a su jaula de metal en los puentes
del Támesis.
C2
No hay comentarios:
Publicar un comentario