Madrid era un precipicio sobre la noche, y en la terraza de los ángeles sobre carros de guerra persas los recuerdos tocaban a las puertas de la cripta de los Capuchinos. Escuchamos sus títulos, mientras ellas se asomaban a los abismos del corazón. Después, vinieron los líquidos dulces y el humo de lo perdido para siempre.
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