Levantamos la mano y trazamos un línea de tiza en el suelo, pero es inútil: no hay frontera para una realidad que se mueve, inevitable y verosímil, como el sol del mundo de la infancia, aquel que soñó el Poeta antes de morir. Renunciamos. Y, finalmente, en la sala de banderas te hablo de las últimas fronteras y de la caída de Bizancio.
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