En las ciudades de Levante el aire tiene sal. Y con la maleta recorremos entre árboles, con hojas tejidas con la espuma de los días. Luego, en "Caelum" beberemos el vino pimentado y caliente. Llevamos, eso sí, abundante cera para los oídos de los marineros, y guantes para acariciar las escamas últimas de las sirenas. Arriba, en el cielo, agonizan los mensajeros de los dioses.
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