Nunca sabremos qué nos causa más serenidad: si reencontrar algo que permanece frente a la devastación del limo de los días, o reconocer el hueco que dejó el árbol que conocíamos. Por eso la ciudad es fuente de duda y, a la vez, de sabio conocimiento de nuestra propia fugacidad. Oh, Baudelaire, eterno flâneur de nuestro corazón.
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