(Nunca elegimos a nuestro amor. A. Machado)
y deja pequeñas huellas como un
ejército en su huída.
Pero no es el desierto lo que busca
la mano,
y así indagará en el agua y en la
compacta tierra,
pero de nada le servirán los
consejos del estratega chino.
Arena, agua y tierra serán
finalmente formas de su sueño,
del que despierta cada mañana sin
más memoria que
la de un dolor que crece como un
rosal de días locos.
Y yo ahora te pregunto sobre las
palabras del poeta:
¿Cuál es el sentido de la elección?
¿Quién entierra nuestro deseo?
¿Para qué ahogamos la sombra de
nuestro cuerpo?
¿Nos cubrirán las dunas en un oasis
de palmeras acorazonadas?
Dime alguna vez la palabra
salvadora,
aunque tal vez tú no existes, y
como la tierra, la arena o el agua
eres sólo aquello que mi mano
imaginó acariciar en un tiempo
siempre
viajero hacia un hotel de Ginebra,
allí donde el fervor de las Alicias
canta canciones vulgares
en los días ya olvidados de mi
corazón.
C2
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