jueves, 29 de agosto de 2013

Hubo un tiempo en que tuve un jardín de rosas; ahora, una pequeña manzana de Tántalo (dixit Góngora) me enseña la fugacidad de los años, pero también la permanencia de la voluntad en la búsqueda de la belleza y el tiempo recobrado.

Hace una década dediqué bastante tiempo a entender, saber y sentir de las rosas. Desde aquellas romanas que cambiaban de color con el agua caliente a las peticiones de Josefina para que los científicos, que acompañaban a Napoleón en su expedición a Egipto, le trajeran nuevas especies de rosas. La rosa medieval, la rosa azul de la mística sufí, la rosa iniciática, la rosa cruel de Rilke o la rosa de Paracelso en el relato de Borges. Tuve rosas hermosas y me levantaba temprano para olerlas con el rocío del amanecer. O paseaba por la noche en mi jardín para descubrir sus olores tardíos. Las planté, sentí sus espinas, pero también su piel, tierna. Ahora, ella me enseña la eternidad de la rosa.

C2

1 comentario:

Anónimo dijo...

uffff .....