Es el gesto que hacemos una tarde de invierno, como tomando conciencia de nuestra íntima incertidumbre, ese gesto de trazar una línea recta con nuestro dedo en la escarcha de la ventana, la línea es paralela, por el lado del cristal, a la grieta que señala la separación entre el último y el penúltimo travesaño de la persiana exterior, y por un momento pensamos que en el caso, por otra parte verdaderamente improbable, de que no pudiéramos fiarnos demasiado de nuestros sentidos y, en realidad, la persiana se estuviera deslizando, así, con la pequeña raya podríamos comprobarlo, y es curioso cómo confiamos más en un trazo sobre la humedad que en nuestras manos, nuestros ojos o nuestra capacidad de raciocinio, quizás porque en casos extremos sólo las más insignificantes y ridículas de las soluciones se conviertan en el único medio real de salvación, y es que si somos capaces de enfrentar el peligro desde métodos irrisorios, ¿qué poder otorgamos a tal peligro?, ninguno.
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