Días de Appomattox que permanecen, oscuros, llenos de raíces amargas, como alguien que muerde un lirio en los meses crueles que abren el año. Todo lo imaginado se cumple, pero al revés, como en un espejo que sólo nos ama cuando miente nuestra imagen. Pero así, en silencio, sin las armas del último emperador de Bizancio, ni los gestos de un caballero del sur, recogemos las últimas frutas del invierno, y avanzamos hacia un futuro donde los recuerdos no tienen el filo de la espada: sólo la memoria de un rito querido para siempre.
C2
1 comentario:
atisbo un rincon de Su casa por esta ventana y solo puedo pensar:
Cómo desearía estar en Bizancio¡¡¡
besos de su gata.
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