lunes, 13 de diciembre de 2010

Banderas en el polvo (dixit Faulkner) o cómo se puede usar el Protocolo como ariete en el BDSM

Leía yo hoy el blog de una señorita donde una vez más se ponía de vuelta y media a los que no cumplen lo de vestirse de cuero, latex o marinero soviético en las fiestas BDSM. Una vez más volvemos al traste con el Protocolo exterior. En estos casos siempre me asombra el furor talibán no ya en la defensa de su gusto por los disfraces, sino en el ataque furibundo a quien no comparte su visión del BDSM. Yo reconozco que disfruto bastante si veo a señoritas vestidas de enfermera o colegiala, y les agradezco profundamente que lo hagan. Pero no juzgo negativamente a quien va en vaqueros. Entre otras cosas, porque después de una conversación, la apariencia externa suele perder puntos ante el mundo interior que esa persona manifiesta ante nosotros (suponiendo que lo tengan, claro). De ahí mi extrañeza en la contundencia que leo en algunos ciudadanos y ciudadanas al manifestar que lo suyo es lo único BDSM, y que los demás son advenedizos o traidores poco menos. Me recuerdan al Ku Klux Klan buscando enemigos hasta en las filas de los confederados, siempre considerando que alguien tiró las banderas al polvo, como la cera en este sillón del Fetish.


Recuerdo que hace tiempo discutía con una persona de estos temas, y finalmente me fui acercando a sus posturas, pero también recuerdo que hablábamos de un Protocolo interior, que se trasladaba naturalmente a comportamientos externos. Sigo ahora pensando lo mismo. Son las prácticas, la forma en que estas prácticas se perciben en el exterior, y cómo nos vamos re-creando a nosotros mismos en esas prácticas lo importante. No es la bandera la que hace a un ejército, sino la fuerza y la verdad de un ejército la que da lustre y gloria a una bandera. El Protocolo ha de ser un camino interior, no un biombo exterior o un ariete para vencer castillos en el aire.



C2

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi querido Odiseo te dejo este comentario para que sepas que no te olvido, que mi cariño por ti sigue intacto, pero por las circunstancias que conoces no puedo contactar contigo abiertamente, por eso en el messenger ni te contesto para evitar problemas.

Un beso cómplice

Anónimo dijo...

¿Pero habla usted de una fiesta fetish o de una reunión de conocidos que practicarán bdsm?

uma

{ÍsisdoEgito}JZ - Tua, somente tua dijo...

Bela cadeira!

Belíssima reflexão!

Abraços respeitosos,

ÍsisdoJUN

Anónimo dijo...

Hola, Señor, me ha encantado leer su comentario, la verdad es que si escribo es para refrendar con entusiasmo su tesis. Es verdad que precisamente quienes con más furor defienden el protocolo externo, el envoltorio de las banderas, como dice Usted, normalmente lo suelen expresar en claves autoritarias, con intransigencia talibán. Lo curioso es que muchos de ellos desconocen la trascendencia cómplice de una mirada que conlleva doblar la testuz, bajar la mirada, muchos de ellos desconocen el lenguaje de los cuerpos, las claves de una mirada, la expresión de las manos, los diferentes tonos de voz, el tratamiento de Usted, la respiración, el palpitar similar al vuelo de una paloma que presiente la presencia del halcón. Muchos de ellos desconocen que una conversación, un diálogo es algo más que un simple ejercicio de comunicación, es pura liturgia, la ceremoniosidad de lo cotidiano, la magia de trascendentalizar los espacios sin necesidad de mazmorras ni crucesdesandrés, basta una salita, una habitación, una cocina y un cuarto de baño. Y para todo ello no es necesario el cuero, ni mucho menos una gorra de la wehrmacht con brazalete gamado incluido. El protocolo interior se olvida de las coberturas y envoltorios. No se percibe tan fácilmente, pues en buena medida es un juego cómplice, y en las fiestas pasa más desapercibido que el vinilo y el látex. A mí me encanta el cuero y la ropa fetish, no nos equivoquemos, pero me gusta ser esclavo siempre. Me gusta ser esclavo en el escenario, pero también fuera de él, con bata y zapatillas, en escenarios cotidianos, sin banderas ni gorras, con un protocolo interior lleno de verdad.